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Alana, ¿dónde estás?




Eva Riobó nos presenta su última novela: Doncella de hierro; hemos de confesar que el resultado nos complace en todo punto y no me duelen prendas manifestar ahora en público lo que comenté a la autora hace ya algún tiempo, cuando leí por primera vez su obra: me alegro sobremanera de que Doncella de hierro figure en el catálogo de Estrella del Norte, porque me gusta la buena literatura y Doncella de hierro lo es, y quien tiene un marchamo propio, y me refiero a la autora, es siempre objeto, en un grado u otro, de mi admiración. Una obra, esta, con sutileza psicológica, en la que se describen con gran finura los movimientos interiores, desglosándose como los diferentes estratos de un corte geológico, como las diferentes capas de un papel que arde; una obra que avanza con soltura y en la que no fallan ni la sensibilidad ni el oficio, y con una amplitud de registro notoria que va desde el humor ligero a la ironía y desde esta hasta la inquietud que nos muerde los talones a bocados pequeños, y más allá los pozos profundos, muy profundos, de la desesperación. Doncella de hierro es una obra en la cual se dan la mano elementos negro-policiacos con asuntos de ficción histórica, y donde lo que sucede hoy tiene sus raíces en un pasado no tan lejano como querríamos. Una obra construida como una polifonía, con varias voces en primera persona haciendo de contrapunto las unas de las otras, cada cual con su perspectiva y girando todas ellas en torno a un punto común, la desaparición de Alana; esa niña, a la cual se espera y que por alguna razón nunca volvió a casa, actuará como un ácido que corroe los metales más sólidos, hasta que varias décadas después, un encuentro casual reinicie las pesquisas y todo dé un vuelco insospechado: Copérnico aparece allí donde menos se lo espera y una grieta en un lienzo de muro termina por derrumbarlo por completo.

Me gusta la trama de Doncella de hierro y su combinación de géneros literarios, pero lo que más me gusta de esta obra es lo bien escrita que está; hace tiempo que, en literatura, lo que más me seduce es la forma, pues entiendo que esta es una especie de ritmo, de música, y quien no es capaz de dominar esta fluencia, no puede considerarse, en puridad, escritor, por mucha imaginación que tenga. Literatura no es contar según qué cosas, sino el cómo: el modo, la manera; y Eva Riobó maneja este arte de una manera natural, controlando en todo momento el efecto de su prosa; una prosa armoniosa y tan bien ensamblada como las fascias de un pilar. Muchos años después de cerrar la última página de esta obra, el lector mirará atrás y sentirá esa nostalgia un punto acre, ese ablandamiento de las entrañas que producen las cosas artísticas, y un nombre aflorará en su boca mientras las pupilas se dilatan como soles en negativo y las comisuras se arquean: Alana; qué destino tan triste, qué nombre tan bello. Jamás olvidamos lo que nos conmueve. Sean pues bienvenidos los libros que nos legan su impronta y que por lo tanto, nos acompañarán en una medida u otra, hasta el otro lado de las cosas.

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